martes, 8 de septiembre de 2020

Querido profesor:

     Mi hijo tiene que aprender que no todos los hombres son justos ni todos son sinceros, pero enséñele también que por cada canalla hay un héroe y que por cada político egoísta hay un líder dedicado.    

     Enséñele que por cada enemigo hay un amigo. Esto llevará su tiempo, mucho tiempo, pero enséñele, si puede, que más vale una moneda ganada que cinco encontradas.     
     Enséñele a perder y también a disfrutar correctamente de la victoria. Apártelo de la envidia y enséñele, si puede, la alegría de la sonrisa callada.     
     Enséñele a apreciar la lectura de buenos libros. Pero también a maravillarse con los momentos de silencio y en la contemplación de los pájaros, las flores del campo, los lagos y las montañas.      
     Enséñele que vale más una derrota honrosa que una victoria vergonzosa.    
     Enséñele a confiar en sus propias ideas, aunque los demás le digan que está equivocado. Y a que no haga las cosas simplemente porque otros las hacen.     
     Enséñele a ser amable con los amables y estricto con los brutos.
     Enséñele a escuchar a todas las personas, pero que aprenda a discriminar lo bueno de lo malo y, a la hora de la verdad, a decidir por sí mismo.   
     Enséñele a sonreír cuando esté triste y explíquele que no hay indignidad en las lágrimas.  
    Enséñele a ignorar las voces de quienes sólo reclaman derechos sin pagar el precio de sus obligaciones.       
     Trátelo bien, pero no lo mime ni lo adule, porque en el fuego se forja el acero.        
     Enséñele valor y coraje, pero también paciencia, constancia y sobriedad.     
     Enséñele a creer en sí mismo, porque sólo así podrá creer en la humanidad.        
     Entiendo que le estoy pidiendo mucho, pero haga todo lo que pueda. Es un chico tan extraordinario, mi hijo…

Abraham Lincoln, 1830.
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